REQUIEM

Estamos en 1791, último año de la vida de Mozart. Año también de una asombrosa y titánica producción por parte del maestro: La clemenza di Tito, ópera estrenada en Praga el 6 de septiembre para conmemorar la coronación de Leopoldo II de Austria como monarca de Bohemia; La flauta mágica, paradigma de belleza, equilibro y perfección formal; una obra, en fin, que revela el espíritu masónico, el sentido de fraternidad y amor humano de este genio; el Ave verum corpus,  breve motete escrito para la festividad del Corpus Christi  por encargo del director del coro local Anton Stoll; el Concierto en La mayor para clarinete, compuesto para su amigo Anton Stadler; el Concierto para piano y orquesta nº27, etc. Es entonces cuando aparece en escena un misterioso personaje ─hoy se sabe que representaba al conde de Walsseg─ y solicita del músico un una misa de difuntos. Mozart acepta y trabaja afanosamente entre los meses de julio-agosto y, tras un breve interludio, en noviembre. Pero algo comienza a presagiar el desenlace fatal.  Su salud, cada vez más precaria, da muestras evidentes de fatiga y un debilitamiento progresivo. A esto hay que sumarle la declaración que, por aquel entonces, hace el músico, contribuyendo a cimentar la leyenda recogida en la célebre obra de Puskin, Mozart y Salieri, en torno a su muerte ─interpretación que Milos Forman trasladó a la película 'Amadeus'─. Una mañana de otoño, mientras pasea por el Prater junto a su esposa Constanze, confiesa estar escribiendo el Requiem para sí, ya que cree haber sido envenenado.
Semanas más tarde Mozart caerá postrado en la cama desde donde trabajará ─en medio de accesos de fiebre agudos y fuertes dolores─ en la conclusión de la obra. El 4 de diciembre, consciente de su extrema gravedad, manda traer la partitura para repasar alguna de sus partes. Hacía la una de la madrugada del día 5 muere. El Requiem quedó inconcluso. Completaría el trabajo un discípulo de Mozart: Franz Süssmayr.
Al modesto funeral, oficiado en la catedral de San Esteban, le siguió el traslado del cuerpo al cementerio de San Marx en medio de una fuerte tormenta de nieve. Unos pocos amigos y su perro acompañaban el cortejo fúnebre.