I WOULD PREFER NOT TO

 

Pienso en Bartleby, el extraño personaje del relato de Melville, contemplando, absorto, un vasto muro de ladrillos a través de la ventana, ensombrecido por la vida, ausente, aquejado por esa enfermedad de la existencia que cuestiona la experiencia misma de existir, que proyecta sobre sí el sueño de una imposibilidad; perdido, en fin, en el objeto de su causa. La melancolía genera esa forma de tristeza, induce en el sujeto una dialéctica de la disolución, de la negatividad que vacía de sentido la vida. No hacer: «I would prefer not to». No ser. Una suerte de resistencia, de potencia sin voluntad, de identificación pasiva. Pasiva y radical. Lo ilustró muy bien Freud con una imagen imperecedera: «La sombra del objeto cae sobre el yo.» Y así el yo, confundido con su sombra, fatalmente herido, no puede sino caer. Una caída definitiva. Y mortal.

 

Bartleby, responsable en otro tiempo ─lo sabremos hacia el final de la historia─ de las “cartas sin destino” (lireralmente: dead letters), pues había trabajado en la Oficina de Correos, no fue el primero, naturalmente. Tampoco sería el último. Ahí están: Walser, Rimbaud, Hofmannsthal o Rulfo; representantes, según nos ha contado Vila-Matas, de esa «literatura del No» que caracteriza su experiencia y la asimila a la patología derivada de aquella figura «pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada». Después de todo, el mal que padece prefigura un silencio definitivo, es condición indispensable que amenaza al verdadero escritor; la forma solapada de una fobia, de un fantasma siempre temido: el de la letra muerta.

 

Por otra parte, el relato supone una aguda crítica de los aspectos más deshumanizadores de la modernidad: la explotación laboral y el aislamiento resultantes del sistema económico capitalista. De hecho, la posición subjetiva que adopta Bartleby con su «I would prefer not to» es una manera de rechazar su alienación. Las reiteradas interpelaciones de que es objeto por parte de su jefe son continuamente desestimadas. Desde una perspectiva lacaniana diríamos que rehúsa la ley que viene del Otro, el Otro de la ley bajo su imperativo categórico. El mensaje no llega. No hay lugar. En palabras de Agamben: «Bartleby es la figura extrema de la nada de la que procede toda creación y, al mismo tiempo, la más implacable reivindicación de esta nada como potencia pura y absoluta.»