"La balada del viejo marinero"

Parece que, inicialmente, La balada del viejo marinero, cuya primera versión es de 1798 y la última de 1834, quiso ser un proyecto común de los dos grandes poetas del primer Romanticismo inglés: S. T. Coleridge y W. Wordsworth. De hecho, Wordsworth contribuyó notablemente a la elaboración del argumento del poema, sugiriendo, por ejemplo, el tema de la muerte del albatros, el viaje errático y expiatorio a través de los hielos a que se ve condenada la tripulación, etc. Para ello tomó como referencia hechos reales basados en la expedición marina de George Shelvocke a bordo del Speedwell —el propio Coleridge se inspiró, principalmente, en el libro de William Bartram: Travels through North and South Carolina (...). Sin embargo, pronto se desvinculó del proyecto, pues Coleridge, cuyo modelo lírico fue concebido a partir de la balada anónima escocesa Sir Patrick Spence, por un lado; y la leyenda de El judío errante, por otro, deseaba trasladar, en el contexto de una travesía hacia los mares del sur, la experiencia de un relato sobrenatural, fantasmagórico, mezcla de pesadilla y realidad — Frederick Marryat escribiría, años después, El buque fantasma—; un relato que, resultado de la facultad imaginativa del poeta —y para Coleridge la imaginación era la principal fuerza creadora del ser humano—, pusiera a cada uno de los posibles lectores frente al horror de lo sublime como vía redentora; lo que Harold Bloom denominó —con acierto— «malignidad sublime»; pues conviene no olvidar, siempre desde la particular perspectiva romántica, el trasfondo religioso del texto y la dimensión con que Dios es equiparado al conjunto de su creación —o Creación—: la Naturaleza.

El hecho es que La balada del viejo marinero,  heredera y precursora, a su vez, de ciertos aspectos de la lírica de lo sobrenatural, tuvo una importante influencia posterior. Cabe recordar el homenaje que Mary Shelley —que durante su infancia escuchó a Coleridge recitar el poema— le hace en Frankenstein cuando dice: «Marcho hacia lugares inexplorados, hacia la región de la bruma y la nieve, pero no mataré ningún albatros.» O cuando, en palabras de Víctor Frankenstein, cita literalmente sus versos: «Como alguien que, en un solitario camino,/ avanza con miedo y terror,/ y habiéndose vuelto una vez, continúa,/ sin volver la cabeza ya más,/ porque sabe que cerca, detrás,/ tiene a un terrible enemigo.» ¿Será nuestro fantasma?