UN SUEÑO KAFKIANO

Un sueño trágico el de nuestra existencia. Y como todo sueño, como nosotros mismos, condenado irremediablemente a desaparecer. Así, entre el sueño y la vigilia, entre la realidad figurada de lo que existe y la existencia misma de una realidad desfigurada en lo real del sueño: nuestra transformación.
Eso debió de pensar el desamparado  Kafka —trasunto de aquel personaje suyo semejante a algún insecto—, para quien la vida, sujeta siempre a un dormir vigilante, a un soñar despierto, habría sido materia insomne de escritura, de esa escritura del desastre cuya sombra percibimos como propia, extraña a nuestra condición humana y familiar a un tiempo, fiel a la inocencia monstruosa que se ampara en nuestros actos.
Y así como cada escritor crea a sus precursores —Borges dixit—, el personaje de Gregorio Samsa pudo reescribir la biografía del autor que fuera Kafka imaginándose un insecto.
Porque somos eso: literatura, imagen de un sueño nunca escrito o todavía por escribir, una irrealidad que se despliega sobre un fondo de ausencia. Y las palabras, esa sucesión de múltiples patitas que se agitan sus pendidas en el vacío de la indeterminación, nos interrogan. Y súbitamente despertamos.