Una cierta inminencia de revelación, una plenitud de acabamiento corresponde a la mirada, ese horizonte visionario que promueve espacios, universos interiores, fronterizos que interrogan con singular perseverancia nuestro propio fundamento. La infinitud, entonces, de ese instante contemplado es desasirse, vincularse a todo efímero esplendor; tal vez una forma vislumbrada de aniquilamiento. Y aunque nunca llegaremos a su fondo, una visión crepuscular hacia dentro de uno mismo sobreviene, fulgura en el cielo vulnerado de nuestros ojos, nos vulnera.
Escribir comentario