La "Oración fúnebre" de Pericles

 

«La humanidad no posee regla mejor de conducta que el conocimiento del pasado», había dicho Polibio. Y tenía razón. Por eso, y dado el momento de dificultad que atravesamos, cuando nos corresponde apelar, no ya al civismo —tan indispensable—, sino a la parte más humana de todos nosotros; el humanismo entendido en su mejor y más noble acepción, rescato, de entre los clásicos, la Historia de la Guerra del Peloponeso, escrita por otro destacado historiador de la Antigüedad, también griego; me refiero a Tucídides. El pasaje, tal vez, más importante, además del episodio de la peste que asoló Atenas en mitad del conflicto ─recogido siglos después por Lucrecio en su De rerum natura─, se encuentra en el libro II (35-46). Es la denominada Oración fúnebre, discurso que pronuncia Pericles en honor de los caídos al finalizar el primer año de la contienda que enfrentaba a Peloponesios, cuya cabeza era Esparta, y Atenienses, que lideraba la Liga de Delos.  Su exposición, contrariamente a lo que pueda parecer, es un ejemplo de optimismo, de reflexión política, de apelación a la conciencia ciudadana y de entrega a la causa democrática: «Tenemos un régimen político que no emula las leyes de otros pueblos, y más que imitadores de los demás, somos un modelo a seguir. Su nombre, debido a que el gobierno no depende de unos pocos sino de la mayoría, es democracia.»

 

La filosofía, expresión del más alto pensamiento; la naturaleza, paradigma de la belleza en que se inspira el hombre, el compromiso cívico, en fin, al que alude Pericles, no es sino reflejo de ese ideal humano que propugna el ethos griego como modelo de conducta. En palabras de F. Rodríguez Adrados: «La oración fúnebre de Pericles constituye un todo orgánico que se refiere a la conducta del hombre en sociedad y a la expresión política de la sociedad resultante.»

 

Incluso en los peores momentos de la guerra: la peste diezmaba la población de Atenas y los fracasos militares se sucedían si solución de continuidad, Pericles ─que moriría tiempo después a causa de la epidemia─ no dejó de creer en aquellos valores, reivindicando, con mayor énfasis, si cabe, la capacidad de juzgar la situación y actuar correctamente: «Porque lo que es repentino e imprevisto y ocurre contrariamente a todo cálculo abate el coraje; y esto es lo que ha ocurrido entre nosotros, encima de otros males, con la epidemia. No obstante, al habitar una gran ciudad y haber sido educados en costumbres dignas de ella, es preciso estar dispuestos a soportar las mayores desgracias (…); hay que dejar, pues, de dolerse por los sufrimientos individuales y ocuparse de la salvación de la comunidad.»

 

La sociedad que queremos, que podemos llegar a ser ha de pasar necesariamente por esa reflexión de Pericles, donde la responsabilidad individual es, al mismo tiempo, un acto de conciencia colectiva en defensa de un interés común.