EL DEMONIO DE LA MELANCOLÍA

El Demonio, de Mijaíl Yúrievich Lérmontov, es una obra inspirada en el mito bíblico del ángel caído. De influencia byroniana y reescrito a lo largo de varios años (1829-1839), este poema, cuyos precedentes pueden rastrearse con facilidad: El paraíso perdido de Milton,  el Fausto de Goethe, la Mesíada de Klopstock , el Caín de Byron y, por supuesto, en obras directamente vinculadas con la tradición poética de nuestro autor, encabezada por Pushkin, narra el deseo imposible de un ser (el Demonio) que aspira a redimirse a través del amor que siente por una joven mortal (Thamara), y así se lo hace saber: «¿Qué hacer sin ti de esta vida eterna, de la infinita extensión de mi reino? Mi templo está vacío. Faltas tú que eres mi dios.»
Trasciende en estos versos, de impecable factura y depurado lenguaje, el pensamiento romántico lermontoviano, heredero natural del decembrismo, encarnado, tiempo atrás, por una parte de la aristocracia militar que había defendido la adopción de ideas liberales, en su intento por transformar, recurriendo a la sublevación, el régimen zarista ruso, pero que acabó fracasando.
Nuestro afligido demonio —o ángel de la melancolía— no soporta la soledad cósmica a que se ve abocado, no comprende el mundo, ni las circunstancias que acompañan su destierro; arrastra consigo el recuerdo de su existencia pasada y por ello sufre. La visión de Thamara, a la que se manifiesta, por primera vez, en sueños, rompe el pesimismo de su encierro y alienta una esperanza que parece, por momentos, posible; pero, ya se sabe, frente al héroe trágico —y más siendo tan humano—, el destino no perdona.
Fue la adaptación musical de Antón Rubistein, que compuso, partiendo del poema, una ópera en tres actos, y la serie de cuadros que pintó Mijaíl Vrùbel, lo que contribuyó a extender su fama. Para entonces Lérmontov llevaba muchos años