MEMORIAS DE LOS ÚLTIMOS DÍAS DE BYRON Y SHELLEY

Estamos en 1822. Edward John Trelawny, soldado, novelista, mitómano y romántico, llega a la ciudad de Pisa para conocer a P. B. Shelley, alentado por sus escritos y la fama de ateo y libertino que arrastra el poeta. El encuentro le produce una honda impresión y al día siguiente, acompañado por el propio Shelley, decide visitar a Byron, que estaba alojado también allí,  en el Palazzo Lanfranchi (actualmente Palazzo Toscanelli), donde hoy una placa recuerda su estadía. Este segundo encuentro le resulta, en parte, decepcionante. Un Lord Byron indolente, aunque vigoroso, apoyado en la agudeza de su ingenio, responde con afectación y desdén a su presencia, reconociendo, quizás, en Trelawny un alter ego, o la imagen encarnada de algunos de los héroes literarios que su genio creador había imaginado.
El caso es que la muerte de Shelley, ahogado tras el naufragio de su embarcación en el golfo de La Spezia, logró mejorar, al menos en parte, la amistad que Trelawny tuvo con Byron hasta su fallecimiento, tiempo después, en Missolonghi, víctima de la fiebre tifoidea.
A partir de ese momento, y en la evocación que posteriormente hace de ambos poetas, de sus últimos días, Trelawny dibuja unas memorias fascinantes, apasionadas, llenas de imaginación y lirismo, a menudo controvertidas en lo que a ciertos hechos se refiere; siempre con la alargada sombra de Byron y Shelly proyectándose sobre su propia vida, que fue, sin duda, intensa y prolongada, pues vivió hasta los 89 años.
Estas memorias son reflejo de un período inolvidable. En ellas descubrimos, por ejemplo, la influencia que Shelley tuvo sobre Byron en la idea de escribir el poema dramático-metafísico Manfred, o en la  decisión de incorporar a su Childe Harold ciertos aspectos filosóficos, o cómo Trelawny llevó a cabo los preparativos para la cremación del cuerpo de Shelley en la playa, días después de que fuera devuelto por el mar.  Pero, sobre todo, nos encontramos con el recuerdo y testimonio de tres personalidades verdaderamente irrepetibles, tres hombres excepcionales, hijos del mejor romanticismo.